jueves, 27 de noviembre de 2014

Víctor Botas, veinte años después


José Luis García Martín afirmaba, en el prólogo a la Poesía completa (La Isla de Siltolá, 2012) de Víctor Botas, que este había sido un poeta con buena suerte, al menos por lo que concierne a su suerte literaria. Y no le faltaba razón. El pasado 23 de octubre se cumplieron veinte años de la muerte del autor de Historia antigua, un intervalo que permite valorar con suficiente distancia la pervivencia de un escritor sin condenarlo aún a las polvorientas hornacinas del canon. La conclusión es que Botas ha empezado a adquirir la doble aureola de “clásico contemporáneo”, un estatus paradójico que al cabo exigirá que se desprenda de una de esas dos condiciones: o bien para ser reconocido como un clásico sin aditivos ni conservantes, o bien para encabezar el pelotón de los gregarios. Aunque sus veredictos no siempre sean acertados ni unánimes, el tiempo y la fortuna se pronunciarán al respecto. 

Desde su primer libro, Las cosas que me acechan (1979), Víctor Botas se sumó a la renovación de las pirotecnias novísimas, pero se resistió a disolver su personalidad en la efervescencia de las corrientes que surgieron al filo de los ochenta. Por sus versos transita un personaje cotidiano que reflexiona sobre los tópicos eternos con saludable escepticismo y gozosa ironía ―una mezcla que el autor definió como “sonriente coña beatífica” en “Asturcón”, uno de sus poemas memorables―. No obstante, la singularidad de su discurso no se explica sin el recurrente arsenal de la tradición grecolatina. En sus mejores entregas ―Historia antigua (1987) y Retórica (1992)―, Botas abrió de par en par las puertas del museo arqueológico, se perdió entre los laberintos de la mitología y salió al rato disfrazado de romano. Su vivo diálogo con los clásicos y su paseo por las ruinas de Grecia y Roma lo convirtieron en un culturalista a contrapelo, para quien Venus, Apolo o Teseo no eran más que ilustres secundarios, susceptibles de recibir sus dardos envenenados. Si las sátiras y epigramas de Botas desvelan la cara oculta del pasado, sus obsesiones presentes cristalizan en un cancionero neurótico y sentimental que requiere que los lectores se erijan en cómplices de sus peripecias. Ni siquiera cuando ejerció de traductor vengativo (Segunda mano, 1982), o cuando se plegó a las convenciones de la escatología (Aguas mayores y menores, 1984), renunció a un lenguaje poético que tensa sus posibilidades expresivas sin llegar a fracturarse.

Entre las conmemoraciones de este aniversario botesco cabe destacar la exposición Víctor Botas veinte años después, de la que es comisario José Havel. Las primeras ediciones, los manuscritos inéditos, las cartas autógrafas y las fotografías familiares o gremiales no solo dan testimonio de una sostenida vocación lírica, sino del caldo de cultivo en el que fermentó la obra de Botas. Los cuadernillos de la tertulia Oliver, sin ir más lejos, constituyen una apasionante invitación para indagar en la vorágine cultural de los años ochenta y noventa. No menos interés reviste la publicación de Carta a un amigo y otros poemas (Impronta, 2014), que demuestra que Víctor Botas también tuvo una prehistoria literaria, a pesar de sus denodados esfuerzos por negarla (no así por ocultarla a la posteridad, pues ordenó escrupulosamente sus textos). Esta colección de inéditos, fechados entre 1976 y 1978, descubre a un poeta incipiente, pero que anticipa algunas vetas del filón que explotaría después. Sin duda merece la pena entrar en la cocina creativa de Botas. Además, el seleccionador ha tenido el buen juicio de no mezclar las recetas experimentales con el menú degustación. Para aquellos que aún no hayan hincado el diente a los versos de Botas va dirigida esta advertencia: es probable que sus palabras sobrevivan al tiempo “que en Babilonia destruyó las rosas, / que terminó con Júpiter y a polvo / redujo los imperios y las caras / (que todo se lo lleva por delante / como un rinoceronte enloquecido)”. 














Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 27 de noviembre de 2014

5 comentarios:

  1. Artículo escrito con tanto rigor como brillantez, ofreciendo al lector desubicado una buena y atractiva vista panorámica sobre el llorado poeta Víctor Botas. Se le sitúa en la cronología biográfica y, a su vez, en las corrientes últimas de nuestra lírica: a saber, entre los " novísimos " y el culturalismo, del que parece participar, pero con tono personal y cotidiano. Si no andamos errados, se infiere que al poeta, desaparecido ha ya dos décadas, su mentor, el crítico García Martín, trata de reconvertirlo en poeta de la experiencia, de la cotidianidad, del verso firme de lenguaje normal, de andar por casa. Lo que uno denomina, para bien o para mal, poetas, todos ellos, por seguir a Gil de Biedma, entre otros adelantados, " poetas de la pérgola y el tenis" (acuñación pedrocrespiana).

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  2. Ruego se me avise del mensaje anterior que dejé aquí.

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  3. Muy atinado comentario, amigo Luis Bagué. Solo una mínima precisión: la editorial que publica el libro es Impronta, no Impedimenta.

    JLGM

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  4. Compruebo que escribir aquí produce el mismo resultado lacrimoso del que se quejaba Larra hace doscientos años. Ni un cumplido.

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