Al
margen de su condición de poeta, tengo a Martín López-Vega por un lector
informado y por un crítico literario con olfato (esto es, por alguien más
instintivo que metódico). Sin embargo, ya se sabe que hasta Homero ronca de vez
en cuando. Por eso me permito señalar abierta y públicamente los delitos y
faltas en que incurre López-Vega en la reseña del último número de la revista
ÍNSULA, acogida en su blog “Rima interna”. Remedando el título de una difundida
crónica suya, me parece que el autor ha escrito una reseña tonta de remate, tan
atrabiliaria como apresurada. Hete aquí algunos de los argumentos que el
crítico utiliza para expresar sus reservas hacia el monográfico, y deben de
parecerle motivos de peso cuando cree conveniente reforzarlos en negrita: nos
encontramos ante “un puñado de
artículos cargados de generalizaciones” (¿hay mayor generalización que decir
que algo está cargado de generalizaciones?), “el libro está lleno de teoría
decorativa” (ni una revista es un libro, ni sé yo qué pueda ser tal “teoría
decorativa”, a menos que se nos acuse de propalar el feng shui lírico), o “hay una inflacción de importancia concedida a cosas
nimias” (destacar tal brindis al sol es un buen ejemplo del vicio que censura,
amén de que la palabra “inflación” lleva una sola c; y no por reduplicar la consonante es más inflacionaria). Lo
cierto es que rebatir las ideas de López-Vega sobre la poesía española actual
resulta una tarea ardua, pues, si bien de su artículo se infiere lo que la
poesía no debe ser, no hay ni una
sola línea sobre lo que sí es o puede ser. Pero veamos con más detalle sus
razonamientos:
1) Al crítico le preocupa particularmente que abunden las referencias de títulos poéticos en los artículos, en especial los que “huelen a teoría, a manifiesto, a excusa pra no profundizar”. De lo anterior se colige que es
factible ―y hasta deseable― que un monográfico sobre la poesía española
contemporánea no incluya muchos títulos de poesía española contemporánea, o
bien que sus colaboradores escojan aquellos rótulos más neutros y menos
significativos para demostrar que también los conocen. Pero me parece a mí que
insistir en la relevancia de ciertos marbetes ―por mucho que se hayan
convertido en lugares comunes, o precisamente por ello― no es un ejercicio de
pereza, sino de metonimia. Al fin y al cabo, salvo que se demuestre lo
contrario, el título de un libro de poemas no es un capricho dictado por las
musas, sino una decisión del autor, y, como tal, un síntoma de lo que el lector
puede encontrar en sus páginas. O eso creía yo.
2) A López-Vega le molesta que, entre las influencias más destacadas, no se cite
más que a algunos norteamericanos obvios (lo cual no es del todo cierto, pero
no nos pongamos quisquillosos). En sus palabras, “mejor hubiera sido centrarse
en tres o cuatro poetas y estudiarlos a fondo que no este retrato desde tan
lejos en el que es imposible reconocer a nadie repleto”. No seré yo quien diga
que quizá no hubiera sido mejor esa propuesta. Pero me temo que entonces el
monográfico tendría que haberse titulado “La influencia de tres o cuatro poetas
extranjeros (no obvios) en la poesía española contemporánea”. Sacrificar las
voces textuales para resaltar los ecos intertextuales me parece hacerles flaco
favor a las primeras y a los segundos. O puede que López-Vega se refiera a que
hubiese sido preferible radiografiar a tres o cuatro poetas españoles
contemporáneos en lugar de trazar una visión global. En ese caso, me parece que
el panorama se hubiese reducido a un “orama”
sin más soporte que las preferencias de cada cual. Y, puestos a precisar,
ignoro qué es “reconocer a alguien repleto” (¿será conocerlo después de cenar?).
3)
Dice el autor que la antología Poesía de la experiencia “no aportó
absolutamente nada a nadie (salvo a Bagué, por lo que se ve)”. Sin embargo, me
pregunto cómo se determina la aportación de una antología. ¿En qué página web
está la lista? Puestos a matizar exageraciones, ¿por qué no decir que las
antologías de Gerardo Diego sobre el 27 no aportaron nada a nadie? ¿O que
tampoco lo hicieron las selecciones de Castellet? Está bien tener un juicio
propio sobre todas las cosas, como le ocurría a un personaje de Jardiel
Poncela, pero no estaría mal justificar tal exceso de taxatividad en algunos
casos. A menos que uno considere que su palabra es un criterio de autoridad,
claro. No obstante, para que el lector acepte sin rechistar esa autoridad, sería
conveniente que el crítico hubiera escrito antes algo así como la Historia de las ideas estéticas en España,
por aducir un ejemplo muy poco posmoderno.
4)
Cito: “Por lo que a mí respecta, le agradezco a Domingo Sánchez Mesa que me
eche de menos en la antología Quien lo probó lo sabe, pero lo cierto es
que estoy. Aunque por lo que se ve mi presencia es bastante poco memorable: uno
de los dos responsables de la antología, Luis Bagué, es también co-responsable
de este número de Ínsula y no ha pillado el gazapo. O él también se ha
olvidado de mí, snif, o los coordinadores tampoco han pasado de leerse
los títulos de los artículos…”. Aquí es Martín López-Vega quien demuestra
haberse leído a la ligera el artículo de Sánchez-Mesa. En él se dice, en
efecto, que Martín López-Vega no está… donde le corresponde, según el autor del
artículo (es decir, en la parte “pictórica” de la antología). No obstante, unas
líneas más adelante, sin salirse del repaso de la misma antología, Sánchez-Mesa
alude explícitamente a López-Vega, con títulos de publicaciones y años de publicación.
¿Lo ves, Martín? Nadie se ha olvidado de ti.
5) “Pero me hubiera gustado leer algo más
concreto sobre las propuestas valiosas que hay en la poesía española de ahora.
Algo sobre cómo la poesía propone una crítica del sistema (que la hay), por
ejemplo”. Aquí se confirma que, definitivamente, hemos leído diferentes
revistas. Yo juraría que Araceli Iravedra dedica 22 000 caracteres (con
espacios) a abordar “cómo la poesía propone una crítica del sistema”. Y
agregaría que Laura Scarano y que un servidor también decimos algo al respecto.
En fin, podríamos continuar jugando al ping pong con López-Vega un rato más. Criticar al crítico es un viejo deporte ―sí, todavía más vetusto que ÍNSULA―, y suele provocar bastante alborozo entre la concurrencia. Sin embargo, de poco sirve cuando se comentan tres o cuatro vaguedades con criterios entre etéreos y pintorescos, o cuando se dan por resueltas cuestiones de enjundia con una finta pretendidamente ingeniosa que, más que saludable mala leche, rezuma leche fermentada. Amigo Martín, menos samba (retórica) y más crítica (poética). Pues eso.
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