Me alegro de la victoria de Obama. Sí, ya sé que mientras la
Unión nos aprieta pero ahoga es casi una frivolidad mirar al otro lado del
charco. Sin embargo, en mi fuero interno —esa terra incognita que los psicoanalistas llaman inconsciente—, el
presidente reelecto me despierta una simpatía inmediata. Cuando sonríe
pícaramente como solo él sabe hacerlo, se diría que el pragmatista posibilista
se ha reencontrado al fin con su döppelganger
adolescente, hawaiano y revolucionario. Reconozcámoslo: es difícil no
sentir una punzada de afecto por quien se ha mostrado capaz de convertir un
eslogan de baratillo (su yes, we can
no deja de ser un trasunto poco imaginativo de nuestro futbolístico no hay dos sin tres) en una consigna
brillante y en un síntoma de los malos tiempos que corren. Puede que Obama no
sea el líder del mundo libre que el mundo maniatado estaba esperando. Admito
que su política ha pasado del rotundo change
we need al tibio with a little help
from my friends. No obstante, su imbatible fotogenia solo tiene parangón
con su optimismo irredento: ayer no más decía que lo mejor está por venir. A
uno le da por pensar que será porque hemos tocado fondo. Pero luego vemos la
lluvia de confeti y el gesto confianzudo del presidente, y nos quedamos mucho
más tranquilos. Ya lo decía Eddy Grant mientras luchaba contra el apartheid a
ritmo de reggae: gimme hope y dime
tonto.
Pues sí. Más vale que esté él que cualquier otro de los candidatos posibles. No le van a dejar hacer casi nada de lo poco que se proponga pero los demás tiran en dirección opuesta que es mucho peor.
ResponderEliminarDe todas formas, USA ya no es el amo, ahora son los mercados, por tanto Obama se ha vuelto menos importante para el mundo.