martes, 15 de mayo de 2012

Aniversarios, indignaciones y otras figuras


Cuando se cumple un año del 15-M —aquel estímulo voluntario que los economistas redundantes y los ingleses rimbombantes llamaron Spanish revolution—, es el momento de reflexionar sobre tres argumentos que ahora vuelven a repetirse, bajo el signo de la interrogación retórica, con la nostalgia que entrañan todas las conmemoraciones:
1) ¿Sigue teniendo vigencia la indignación? El 15-M fue una respuesta (im)pertinente a una realidad pertinaz. Un año después, solo parecen gobernarnos dos principios: la sempiterna ley de Murphy y la teoría del caos. No solo la tostada siempre se nos cae al suelo por el mismo lado, sino que hemos afinado en desatinos estructurales: si un banquero madrileño o santanderino descubre que tiene un roto en el pantalón, un profesor interino de Alpedrete pasa a engrosar la cola del paro. En fin, como las alas de la dichosa mariposa pequinesa, pero en plan apocalíptico.
2) ¿Salen en televisión todos los indignados? Hasta ahora, la formación retórica de los dirigentes llegaba hasta el nivel COU, lo cual les permitía familiarizarse con un precioso tropo: la metonimia. Es decir, un político sabía que una parte siempre es la parte de un todo. Por ejemplo, una porción de pizza cuatro quesos es parte de una pizza cuatro quesos. Sin embargo, desde hace algún tiempo, impera una lógica indivisa e indivisible que solo cree en la rotundidad de los números redondos (mejor si son primos). Según esta tesis, si todos los indignados de este país caben en la Plaza del Sol, será porque no hay tantos. El olvido de la metonimia conduce a asumir que los millones de parados que no residen en la Plaza del Sol están, por norma general, satisfechos. Curiosamente, esta misma teoría no funciona con las muy metonímicas estadísticas de intención de voto, pero esa es otra historia.
3) ¿Por qué no elaboran de una vez un programa electoral los indignados? He aquí la pregunta del millón, que tiende a formularse de manera directa o ladina, hiriente o insidiosa. Sin embargo, la respuesta me parece bien fácil. No es la labor de quienes protestan buscar las soluciones de sus problemas, sino exigirles a las instituciones que hagan su trabajo. Al fin y al cabo, vivimos en democracia, ¿no?


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