Si eso era amor para los protagonistas de Love Story, no cabe duda de que nuestros políticos nos aman con delirio. Es cierto que a menudo se contradicen, se desdicen, se desautomatizan y autodestruyen, pero en el fondo nos quieren. Por eso nunca, jamás de los jamases, nos pedirán perdón. Merkel adora a Grecia: ni se le ocurriría pedirles disculpas a sus peripatéticos moradores por poner el Partenón en llamas. El lampedusiano Monti quiere a los italianos, y por eso les susurra gatopardamente fragmentos del príncipe de Salina sin que se enteren: “es necesario que todo cambie para que todo siga igual”. Incluso nuestros políticos nos tienen franco aprecio, aunque seamos de naturaleza arisca y nos cueste dejarnos querer. ¿Qué mejor declaración que una amenaza de ERE colectivo sin sombra de arrepentimiento? En cuanto a Garzón, le tienen locura, frisando en la parafilia. Al final va a ser verdad que hay amores que matan.
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