Está cayendo una buena. La mala noticia es que ni el hombre del tiempo ni los barómetros más optimistas confían en que amaine el temporal. Como siempre, es culpa de las borrascas, de las altas presiones, de los vientos inoportunos que soplan del sur para despeinar el nórdico flequillo de quienes llevan flequillo. Ah, qué lejos queda ahora el anticiclón de las Azores, tan azulón y soleado. Basta con echar un vistazo por las ventanas para atisbar un horizonte plomizo, fundido en blanco y negro, en el que algunas nubes bailarinas ensayan la sórdida coreografía del lago de los cisnes. Sí, esta vez nos vamos a calar hasta el alma, para alegría de esos pocos objetos casi inútiles (paraguas, impermeables, katiuskas y otros productos de temporada) que nos olvidamos en cualquier sitio porque solo sirven para resguardarnos del chirimiri, esa llovizna calaboba que se parece más al suplicio de la gota que a una lluvia de verdad. Y es que, no nos engañemos, estos fenómenos atmosféricos perjudican tanto a la ciudad como al maltrecho campo, dado que su presencia se hace sentir con ímpetu tormentoso en los mercadillos locales y en los puestos de albaricoques. Como la meteorología es una ciencia triste en estos días, habrá que intentar poner buena cara a los malos tiempos, con los pies a remojo o en polvorosa. Por eso, les dejo con un poema que escribí para celebrar otra lluvia más cinematográfica y menos ácida:
COSAS QUE HACER BAJO LA LLUVIA
Cantar. Pisar los charcos. Y seguir
el ritmo de la lluvia
con los dedos. Esperar a que amaine
la tormenta
y observar cómo arrecia el temporal.
Llevar guantes, palabras, gabardina.
Calarse hasta los huesos
en ginebra. Empaparse de alcohol.
Arder solo en deseos. Pasar frío.
Resbalarse y besar
a la protagonista. Buscar los soportales
de la ciudad desierta.
Tal vez pedir un taxi.
Jugar a la ruleta con Gene Kelly.
Y ganar o perder
esta tarde de lluvia.
(Día del espectador)
No hay comentarios:
Publicar un comentario