lunes, 4 de marzo de 2013

Historia se escribe sin hache


La posibilidad de reescribir la historia es una tentación irresistible para cualquier creador alistado en las filas de una posmodernidad líquida y licuante. Varios estrenos cinematográficos recientes han vuelto a llamar la atención sobre la Cara B de la historia oficial. En efecto, diversas películas oscarizables se adentran en los entresijos de esa época antediluviana que en Estados Unidos comienza a mediados del siglo XIX. Si Lincoln supone la respuesta del Spielberg dialógico al Spielberg monológico, La noche más oscura es la síntesis irreflexiva de lo que el resto del mundo percibió como un enorme signo de interrogación. Y Argo demuestra que el juego de Hollywood mueve las fichas del tablero geopolítico desde unos setenta con estética de pantalón de campana. Sin embargo, la polémica ha llegado con el pistolero desencadenado de Tarantino y con la réplica airada de un Spike Lee que puso el grito en el cielo por convertir la opresión esclavista en el decorado de un spaghetti western. Aunque el filme de Tarantino se adscribe con dificultad al género consagrado por Sergio Leone, hay que reconocerle el mérito de haber promovido una pregunta en medio de tanto celuloide afirmativo: ¿Está legitimado el arte para ironizar sobre el dolor colectivo? La operación se vuelve más compleja si le añadimos la incógnita que planteaba Malditos bastardos: ¿Puede el cine matar a Hitler dentro del cine? En El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx se atrevió a anticipar una solución salomónica: “La historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”. Y, en Delitos y faltas, Woody Allen le dio forma matemática a la ecuación: “La comedia es igual a tragedia más tiempo”.

En este ámbito, la literatura le lleva algo de ventaja al cine, aunque ya se sabe que las competiciones entre distintas artes suelen consistir en variaciones sobre la aporía de Aquiles y la tortuga. Lo cierto es que las reescrituras de Tarantino se insertan con naturalidad en las letras contemporáneas. Quienes se tomaron como una ofensa la distancia casi brechtiana de Malditos bastardos probablemente ignorasen la existencia del relato La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco, escrito en 1960 por alguien tan poco sospechoso de frivolidad como Max Aub. En el cuento, el dictador muere asesinado a manos de un camarero mexicano harto de escuchar en su café las discusiones bizantinas de los exiliados españoles. La fabulosa historia maxaubiana, claro está, sentó como un tiro entre el círculo de exiliados en el Distrito Federal. Si bien la política-ficción ha sido caldo de cultivo para operaciones oportunistas, no hay que olvidar que el género de la distopía comparte un impulso similar. En su universo narrativo, Rafael Reig ha construido una Gran Vía navegable en un Madrid que habla inglés en versión original sin subtítulos. Y hasta Carlos Fuentes situó su novela La Silla del Águila en un hipotético año 2020 en el que Fidel Castro seguía ejerciendo el poder en Cuba, Condoleezza Rice era la presidenta de los Estados Unidos y César Aira había obtenido el primer Nobel de Literatura para Argentina.

Con todo, el deseo de reescribir el pasado convive con una ambición quizá más compleja: la de reconstruirlo sin soslayar sus contradicciones. Eso es lo que logró Marco Bellocchio en Vincere y lo que consigue Pablo Larraín en No, dos ejemplos de que las imágenes de archivo no siempre funcionan como notas al pie de otro relato, sino que pueden formar parte de la misma trama discursiva. Hace unas semanas hablaba en estas páginas del Zurita de Zurita. Pues bien, las poderosas secuencias de No le dan un nuevo sentido a la letanía con la que el poeta chileno expresaba su insubordinación lógica y ontológica: “MI DIOS NO LLEGA / MI DIOS NO VIENE / MI DIOS NO VUELVE / MI DIOS NO ESTUVO / MI DIOS NO QUISO / MI DIOS NO DIJO / MI DIOS NO LLORA / MI DIOS NO SANGRA / MI DIOS NO SIENTE / MI DIOS NO AMA / MI DIOS NO AMANECE / MI DIOS NO VE / MI DIOS NO MIRA / MI DIOS NO OYE / MI DIOS NO ES”.


(Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 28 de febrero de 2013)

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