Pablo García Baena acaba de obtener el Premio Internacional de Poesía “Federico García Lorca”. Me sumo a la conmemoración con estas líneas, que escribí tiempo ha para el monográfico que la revista Nadadora le dedicó al autor en 2007:
En “Palacio del cinematógrafo” (Óleo, 1958), Pablo García Baena
inauguraba una mitología particular. Allí, los retazos fragmentarios de una
historia amorosa se fundían y confundían con las imágenes fugitivas del
celuloide. Era aquel un poema de trasfondo cinéfilo, pero en el que la
cinefilia no suponía un modo distinto de contemplar el mundo ni implicaba un
estricto anclaje referencial. Sobre el parpadeo dinámico de la pantalla y “los
azafranes / del technicolor”, García Baena proyectaba una secuencia intimista
que se parecía mucho a un deseo formulado en voz baja. La danza ritual de los
sioux, los caballeros surgidos de las páginas de Sir Walter Scott y las frases
rescatadas del cine negro funcionaban como el eco lejano de una melodía cuya
verdad se sintetizaba en el verso que abría la composición: “Impares. Fila 13.
Butaca 3. Te espero”. Desde entonces se ha convertido en un acto reflejo. Cada
vez que voy al cine examino mi entrada con la esperanza de que alguna vez me
correspondan la fila y la butaca del poema. Pero los deseos no están por la
labor de someterse al yugo de la voluntad. De hecho, como saben los que saben
de cine, el happy end será siempre un
consuelo menor “en la tenue penumbra de la noche”.
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