jueves, 26 de mayo de 2016

La muerte, una vez más: LOS QUE MIRAN, de Remedios Zafra, y CANAL, de Javier Fernández




Contar y cantar la pérdida han sido siempre dos métodos eficaces para superar el duelo. Desde que Beatrice Portinari abandonara la faz de la tierra para instalarse en el paraíso concéntrico de Dante, la literatura se ha encargado de sublimar la ausencia de la amada. A medio camino entre la “verdura de las eras” y las puertas del cielo, Jorge Manrique revivió la muerte de su padre con unas coplas de pie quebrado que serían al mismo tiempo una fuente de metáforas funerarias y una ametralladora de lugares comunes. Y el desgarrador planto de Pleberio en La Celestina quizá represente la mejor síntesis de la ruptura del orden natural que provoca la muerte de un hijo. Amalia Bautista lo ha dicho en unos versos que valen por toda la posmodernidad: “Al cabo, son poquísimas las cosas / que de verdad importan en la vida: / poder querer a alguien, que nos quieran / y no morir después que nuestros hijos”.

            Dos libros recientes se inspiran en la muerte de un hermano: la novela Los que miran (Fórcola), de Remedios Zafra, y el poemario Canal (Hiperión), de Javier Fernández. En ambos ejemplos, la peculiaridad reside en que los autores se distancian del perímetro de la autoficción para aproximarse a estrategias discursivas propias del ensayo (en el caso de Zafra) o de la narrativa (en el caso de Fernández). Esa permeabilidad genérica no solo rompe las expectativas del lector, sino que permite recalificar uno de los grandes loci literarios: la línea movediza que separa la morada de los vivos y la tierra de los muertos.

            Los que miran es la primera novela de Remedios Zafra y la primera entrega de la colección “Ficciones”, de la editorial Fórcola. Sin embargo, la madurez creativa de la autora queda patente en una obra que constituye un conturbador réquiem, un paseo por los espejismos de la memoria, una reescritura de las “palabras de la tribu” e incluso un ensayo de pedagogía doméstica, a partir de la relación de la protagonista con su sobrino. No obstante, todos estos aspectos se subordinan a la pulsión óptica del relato, a una fascinante aventura escópica donde convergen la obsesión por la mirada, la carne pixelada en sucesivas pantallas y la secreción de las lágrimas. De este modo, Zafra elabora un tratado portátil sobre la omnivisión a la que nos condena una realidad hiperconectada. “Nada le interesa más que un objeto que congregue imágenes”, dice la narradora a propósito de su sobrino, aunque la frase podría aplicarse perfectamente al dispositivo novelesco. Así, los capítulos se encadenan mediante fundidos, reiteraciones y retrocesos, como si fueran las secuencias de una película en Súper 8 o las escenas de un documental recurrente. Gracias a la densidad reflexiva de la escritura, con ocasionales incursiones líricas, Zafra logra dotar de valor simbólico a la pérdida real y de dimensión colectiva al dolor individual.     

            Por su parte, Javier Fernández obtuvo el Premio “Ciudad de Córdoba-Ricardo Molina” por Canal. A lo largo de sesenta poemas en prosa y una extensa coda, el escritor apuesta por una técnica hiperrealista y por una textura fotográfica para indagar en el trauma de una ausencia: “Mi hermano Miguel murió el 5 de marzo de 1975, tres semanas antes de su sexto cumpleaños”. La muerte accidental del hermano, en el canal que da título al volumen, es el detonante de un exorcismo coral que funciona a la vez como crónica de la disolución del núcleo familiar y como reafirmación de la identidad subjetiva, más allá de la mera condición de superviviente: “Hace diez años, cuando me sinceré y le conté el incidente a un amigo, este me contestó con asombro: Ah, pero ¿era tu hermano?”. Entre el relato minimalista, el reportaje periodístico y la autobiografía fragmentaria, Javier Fernández demuestra en Canal que la voluntad terapéutica no está reñida con la intensidad artística. Sin concesiones sentimentales, pero con una soterrada ternura, he aquí dos libros que nos enseñan a habitar la herida. Aristóteles lo llamó catarsis.



Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 26 de mayo de 2016

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