lunes, 1 de diciembre de 2014

31 poemas, de David Mayor



El nuevo libro de David Mayor (Zaragoza, 1972) exhibe la rara virtud de la modestia en un gremio poco proclive a las lecciones de humildad. El título denotativo del volumen, la breve extensión de las composiciones y las características del sujeto que las protagoniza suscriben una poesía en voz baja, ajena a las cabriolas retóricas y a las expansiones subjetivas. Sin embargo, no conviene despachar 31 poemas como un aplicado libro menor, pues esta es una de esas felices excepciones en las que un autor ofrece mucho más de lo que promete.

            De las tres partes en las que se divide el conjunto (“A pasos de distancia”, “El libro de los viajes” y “Domicilio”), la primera y la tercera incluyen sendos poemas que funcionan como prólogo y epílogo, respectivamente. Asimismo, la cita inicial de Rafael Cadenas resulta sintomática de un proyecto de escritura que se concibe como un arte de la mirada y una indagación en los detalles insospechados de la cotidianidad: “Soy prosa, vivo en la prosa, hablo prosa. La poesía está allí, no en otra parte”, afirma Cadenas. Si en su primer libro David Mayor admitía buscar la felicidad En otra parte, aquí pacta una tregua transitoria con sus coordenadas existenciales. En este lado de la vida se sitúa una “Advertencia” preliminar que tiene más de declaración de intenciones que de aviso para navegantes: “Mi trabajo es la aproximación, / subrayar con tinta muy licuada / la vida que cambia de acera, / habla lo justo y mira a los ojos / sin parecer un hombre asustado”.

            Los textos de la sección central proponen un recorrido alrededor de la órbita del sentido. El yo que se esconde en el hueco de los pronombres y que se define como un corredor de fondo ―igual que el personaje de la película de Tony Richardson― dota de espesor humano a una veta epigramática que aúna la sentencia moral, la mirada crítica y un leve poso de ironía. Elusivos y alusivos al mismo tiempo, los versos de David Mayor albergan el sombrero de Gene Hackman en French Connection (“Pork pie hat”), las canciones de Blondie, las pesadillas de Poe y los malabarismos futbolísticos de Frank Ribery: “El mundo se ha vuelto tan explícito / que apenas hay regate para salvarse”. Cerca de la densidad semiológica del pop art, pero sin su acumulación simultaneísta ni su tendencia al pastiche, el autor entona un réquiem por los vestigios de un mundo perdido en el que aún era posible salir con “La hija del capitán”, conocer a “La mujer del año” o convertirse en corsario a las órdenes del Capitán Kidd. Así se advierte en “Feria del libro”, a la vez elogio de la lectura y elegía por el fin de la literatura: “Te preguntas qué ocurrirá / cuando acaben los libros. / El día, la fecha, el lugar. // E imaginas un galgo detenido / en un descampado, / a un mortal en la guerra de Troya, / a un quijote / en busca de trabajo”. A medio camino entre el placer de las palabras y el misterio de los objetos, los títulos de estos 31 poemas funcionan como los enigmáticos rótulos de Magritte, ya que no se limitan a introducir un tema, sino que a menudo polemizan con el contenido. Las fricciones entre texto y contexto se aprecian en “La Mostra de Venecia”, que contrasta los fastos de un gran festival cinematográfico con el ritual del cine de los viernes; en “París-Dakar”, que transforma el deporte de alto riesgo en áspera metáfora de la existencia; o en “Pesca con mosca”, que le permite al sujeto enunciar una peculiar teoría de la relatividad (“Hay tres puntos de vista: / el tuyo, el mío y la verdad”). En otras ocasiones, el nomadismo virtual de David Mayor conduce a la puerta de la calle. Ejemplo de ello son “Prenzlauer Berg”, postal berlinesa de un “esplendor venido a menos”, y “Salir de casa”, autorretrato quimérico de quien quizá “se equivocó de siglo, de oficio, de país”. El volumen se cierra con “Vida secreta”, un cuadro hopperiano dedicado a la memoria del padre del escritor: “Hay un hombre con sombrero / al otro lado del cristal, el semáforo / en ámbar”.

            En definitiva, los aciertos de 31 poemas no solo residen en su complicidad retrospectiva, en su crónica de la insatisfacción contemporánea o en las mezclas que convergen en su redoma cultural. Además, cabe destacar la exigente apuesta por un discurso donde la ética y la estética se complementan a la perfección. Al fin y al cabo, solo quien ha aprendido a despojarse de lo accesorio es capaz de capturar la palpitación cordial de las cosas que importan: “la vida fiel a la vida, / el silencio nítido / de lo que pasa inadvertido”.

Publicado en la revista Paraíso, núm. 10, 2014, pp. 187-189

No hay comentarios:

Publicar un comentario