viernes, 25 de abril de 2014

Así en el cielo como en la tierra



En el capítulo central de Los detectives salvajes, Roberto Bolaño ponía en boca del personaje peruano Roberto Rosas una reflexión fechada en 1977: “En nuestra buhardilla había unos doce cuartos. Ocho de ellos estaban ocupados por latinoamericanos, un chileno […], una pareja de argentinos […], y el resto éramos peruanos, todos poetas, todos peleados entre nosotros. / Con no poco orgullo llamábamos a nuestra buhardilla la Comuna de Passy o Pueblo Joven Passy”. De esas superpobladas e hiperbólicas buhardillas me hablaba anoche el poeta peruano Elqui Burgos (Cajamarca, 1946), habitante por entonces de una chambre de bonne que bien pudiera ser esa colmena en la rue de Passy a la que se refería Bolaño. Elqui Burgos llegó a un París que todavía era una postal del cielo de París, y allí decidió instalarse provisionalmente hasta hacer de la transitoriedad una forma de permanencia. En sus libros de poemas, los dos primeros reunidos ―con algunos inéditos― en El Cristo de Elqui (2003), no aparecen las buhardillas de París, aunque sí un personaje con alma de clochard y andares baudelerianos que mira a su alrededor con insolente perplejidad y áspera elocuencia. Su volumen más reciente, Res mistica (2012), incluye a un ángel caído en la portada, cortesía de la galerista Françoise Thuillier, a su vez esposa del autor. En este ejemplo de mística telúrica, el protagonista absoluto es el cuerpo: un cuerpo que no se identifica con la crisálida del alma postulada por el cristianismo, sino más bien con una morada que alberga los estigmas de un mundo en carne viva. Las quejas agonistas y las imprecaciones blasfemas ―no exentas de una rara piedad― cristalizan en ese recipiente óseo que se transmuta en “una simple lata de conserva”, “una ciudad / en estado de emergencia”, una “gota de mundo” y una “brizna de nada”, pero que también sintetiza la paradoja ascensional de Ícaro y la fabulosa caída “en el centro de 3 desiertos / el cielo / el mar / y yo”. En estas composiciones, que mezclan lo terrenal con lo sublime, lo platónico con lo plutónico, se adivina el conjuro que ha de devolver “a esta tierra / todos los elqui / que pobre / y carnalmente he sido”. Mientras discutíamos sobre asuntos más humanos que divinos, Elqui Burgos iba desgranando una toponimia de nombres que configuraban una geografía física y lírica: Rodolfo Hinostroza, Antonio Cisneros, José Watanabe, Abelardo Sánchez León, Eduardo González Viaña y Martín Rodríguez-Gaona.

            La ley de las correspondencias me llevó de vuelta al libro Madrid, línea circular, de Martín Rodríguez-Gaona (Lima, 1969). En este poemario, reeditado en 2013 por La Oficina, se aprecia la definitiva sustitución de los asuntos relativos a la bóveda celeste por “lo que pasa en la calle”. La interdependencia de los conceptos de centro y periferia, las fluctuaciones de la memoria y los trasbordos cotidianos convergen en un volumen unitario que puede leerse como una crónica generacional y como una indagación en los laberintos de la identidad colectiva. En este viaje al corazón de la ciudad convergen la degradada musa del distrito 5º de Barcelona a la que cantó Bolaño y la estructura cíclica de la novela La noria, donde Luis Romero ofrecía una lectura moral del paisaje y del paisanaje de la metrópoli. Sin embargo, más allá del recorrido por las terminaciones nerviosas de la vida urbana, a Rodríguez-Gaona le interesa caminar por el envés de las palabras, vadear los engañosos espejismos del capitalismo y reflexionar sobre la constitución de una iconografía pop. Pese a las sustanciales diferencias de formación y estilo, Elqui Burgos y Rodríguez-Gaona comparten la defensa de una poesía impura y desarraigada, que se concibe como un diálogo con los demás y con uno mismo. De ello dan fe las palabras con las que este último pone fin a Madrid, línea circular: “Las últimas opciones para evitar el naufragio de este libro (¿y el mío propio?) son el soliloquio enajenado y el diálogo crítico. El discurso y la imagen, en tiempo real, la palabra que envuelve y la sensación que detiene”.   




Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 24 de abril de 2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario